Érase una vez un ángel que tenía historias en la tierra. Era una de
esas almas angelicales a las que se les permite vivir como humanos, aprender
como humanos, amar como humanos y sentir como humanos.
Nuestro ángel tenia historias porque había encarnado varias veces.
Había sido guerrero y había luchado muchas veces. Este ángel era muy noble pero
muy orgullo. Su orgullo le lastimaba las alas y le impedía volar. Quizás por
esa razón seguía encarnando en la tercera dimensión.
Sus alas, a pesar de las heridas del fuego de su orgullo, eran verdes. De un hermoso color verde suave que pocos podían ver. Eran el reflejo de su naturaleza espiritual sanadora.
El mayor anhelo de este ángel era la familia, el AMOR de familia.
Formar una familia era su mayor sueño y también su mayor frustración. En unas
cuantas ocasiones había formado una familia pero por diversos motivos no había
podido conservarla. Aún asi nuestro ángel de alas verdes no había perdido la
esperanza de formar una familia hermosa y ahora la compañera de sus esperanzas
era una latina de tez canela y carácter de fuego.
El amor de una familia, aunque prioritario en su vida, no era lo
único importante en su vida. La generosidad brotaba de su ser así como la
capacidad de ver lo humano en medio de “la escoria” social. Su visión y corazón
humano lo han llevado a vivir y protagonizar muchas historias. He aquí una de
ellas:
Iba caminando una tarde
cualquiera con 2 kilos de cambur en la mano (única adquisición posible con su
reducido capital). Sus pensamientos estaban llenos de los gritos de hambre de
su estómago y de los aullidos de sus preocupaciones.
Esa tarde se sentía
especialmente solo y un tanto miserable. Su amada hacía varias semanas que
había viajado para aceptar una excelente oportunidad laboral y no tenía a nadie
con quien compartir sus momentos de humanidad. Para animarse iba comiendo un
cambur.
Ya faltaba poco para llegar a
su casa y volver a encerrarse en su trabajo, sus preocupaciones y limitaciones
cuando tropezó con un hombre mayor, acurrucado en una esquina de la ciudad. El
hombre lo miró con los ojos llenos de alcohol y luego dirigió su mirada hacia
los cambures. Sus pupilas destilaban hambre.
-
“Ay hijo, regálame un camburcito que soy un viejo borracho del que
nadie se ocupa y no he comido nada en todo el día”
Conmovido por la sinceridad de aquel ser
humano, nuestro ángel de alas verdes respondió:
-
“Venga acá mi viejo y nos comemos estos cambures juntos”
Y se ubicó junto al viejo, listo para renunciar
por completo a sus cambures pues el hambre en los ojos del viejo gritaba mas
fieramente que su propio estomago.
-“Bueno mijo, si usted va a
compartir conmigo los cambures pues yo compartiré con usted esta carterita de
aguardiente con usted”
-“No hace falta viejo”
- “Si mijo, beba conmigo
porque si no me da pena comerme sus cambures”
Y el ángel tomó la cartera de alcohol y
se echó un trago mientras veía al hombre devorar ansioso la fruta ofrecida. Él
no había comido mas de un cambur y, aquella tarde, fue lo único que comió. Sin
embargo, aquel hombre lo alimentó de una manera misteriosa porque al verlo
comer, el hombre comprendió que ni estaba tan solo ni estaba tan en la miseria.
Él al menos tenía a su amada
que, aunque en la distancia, se ocupaba de su bienestar y tenía un buen lugar
donde habitar y la posibilidad de procurarse su propio sustento, libre de
vicios esclavizantes.
Mas tarde cuando finalmente
llegó a su casa sus manos iban vacías, su bolsillo y su estomago también pero
su espíritu estaba lleno con la visión de gratitud y satisfacción reflejada en
el rostro del anciano alcohólico.
Aún en la limitación
material, él era rico porque podía ver, percibir, sentir y vivir las
bendiciones de Dios en su vida…
…y eso lo hacía pleno!
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