- Para Oliver Pereira -
Érase una vez un cuerpo celeste que viajaba por el firmamento en su recorrido natural por el universo. Era un ser intergaláctico como muchos y no se consideraba a si mismo especial.

Un día, pasó frente a uno de los muchos planetas que había en su órbita y algo captó su atención. Un distante fulgor que a sus ojos le pareció bellísimo brillaba en ese planeta azul. Era un brillo un tanto similar al que a veces encontraba en los grandes soles y muy inusual en un planeta corriente.
Y era hermoso.
Su belleza inspiraba vibraciones cálidas en su interior. Quiso saludar ese brillo, a ese ser que emanaba tal luz, mostrarle que veía su hermosura y la amaba.
Entonces, desde esa vibración extraña que sentía en su interior, cerró los ojos y comenzó a hacer refulgir su ser. Dió lo máximo de sí aún sintiendo que no sería suficiente para hacer honor a la belleza que veía. Aún así brilló con una enorme sonrisa en su rostro galáctico y cuando sintió que ya no podía más, abrió los ojos y miró al planeta azul.
Allí, en medio de los azules, marrones y verdes la hermosa luz respondió con un brillo aún más hermoso que el anterior. Parecía una mini estrella dentro de un planeta. Sus ojos se humedecieron y se sintió enrojecer de sorpresa y admiración por la humildad de ese ser que ante su insignificante saludo le obsequiaba tan hermosa vista.
Sin tiempo ya para decir o expresar nada, nuestro cuerpo celeste siguió su recorrido galáctico con una sonrisa deslumbrante. Su alegría no le permitió ver que la superficie del planeta azul era como un espejo que en realidad reflejaba todos los objetos que pasaban frente a él. Lo que en realidad vio nuestro amiguito fue una imagen de sí mismo tal como era, sin filtros de ningún tipo...
Sin saberlo se había visto a si mismo y había reconocido su belleza con discriminación y humildad... Solo así pudo brillar cómo nunca antes
Érase una vez un cuerpo celeste que viajaba por el firmamento en su recorrido natural por el universo. Era un ser intergaláctico como muchos y no se consideraba a si mismo especial.

Un día, pasó frente a uno de los muchos planetas que había en su órbita y algo captó su atención. Un distante fulgor que a sus ojos le pareció bellísimo brillaba en ese planeta azul. Era un brillo un tanto similar al que a veces encontraba en los grandes soles y muy inusual en un planeta corriente.
Y era hermoso.
Su belleza inspiraba vibraciones cálidas en su interior. Quiso saludar ese brillo, a ese ser que emanaba tal luz, mostrarle que veía su hermosura y la amaba.
Entonces, desde esa vibración extraña que sentía en su interior, cerró los ojos y comenzó a hacer refulgir su ser. Dió lo máximo de sí aún sintiendo que no sería suficiente para hacer honor a la belleza que veía. Aún así brilló con una enorme sonrisa en su rostro galáctico y cuando sintió que ya no podía más, abrió los ojos y miró al planeta azul.
Allí, en medio de los azules, marrones y verdes la hermosa luz respondió con un brillo aún más hermoso que el anterior. Parecía una mini estrella dentro de un planeta. Sus ojos se humedecieron y se sintió enrojecer de sorpresa y admiración por la humildad de ese ser que ante su insignificante saludo le obsequiaba tan hermosa vista.
Sin tiempo ya para decir o expresar nada, nuestro cuerpo celeste siguió su recorrido galáctico con una sonrisa deslumbrante. Su alegría no le permitió ver que la superficie del planeta azul era como un espejo que en realidad reflejaba todos los objetos que pasaban frente a él. Lo que en realidad vio nuestro amiguito fue una imagen de sí mismo tal como era, sin filtros de ningún tipo...
Sin saberlo se había visto a si mismo y había reconocido su belleza con discriminación y humildad... Solo así pudo brillar cómo nunca antes
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