Carta abierta a Luisa Marvelia Ortega, Fiscal General del Ministerio Público
¿Cuánto duele un hijo? ¿De qué tamaño es el dolor cuando te asesinan a un hijo?
Luisa, no sé si un día dormida sentiste una ligera corriente en tu bajo vientre, despertaste con una sospecha, y a media mañana, en un laboratorio te dieron la noticia: Positivo. ¡Gritaste de alegría! ¡Lloraste de desconcierto! Te preguntaste: Y ahora cómo cambiará mi vida, voy a ser mamá. No sé, si te miraste al espejo sonreída al contemplar el enorme globo hinchado que habitaba dentro, ese planeta particular que es el embarazo.
No sé si fatigada, a los 9 meses, sin poder dormir, arreglaste una y otra vez la almohada, porque no podías respirar, si fuiste a la tienda a comprar y elegir escarpines, si te montaste en una escalerilla a pintar de rosa o azul el cuarto del bebé, si tuviste una abuela que apareció con la canastilla, bordados y sombreritos, si llegaron amigos entrañables con pañales, biberones, y latas de leche. No sé Luisa, si escogiste el coche, el babero, el champucito antialérgico, la cremita. No sé, si una noche miraste al cielo y agradeciste este dolor empapado de alegría de ser mamá. No sé, si cuando te sacaron a tu hijo del vientre, aún anestesiada, veías un lindo elefantito blanco y aún así sentías que el amor era sencillamente inmenso.
Luisa, no sé si pusiste su diminutos deditos en la palma de tu mano, lo miraste a sus ojos de recién nacido y le susurraste: tú y yo tenemos un trato, un trato eterno. Si lo ayudaste a gatear por la casa, si pusiste protectores en todos los enchufes eléctricos, si lavaste su ropita a mano, si al colgarla en el lavandero, los rayos del sol y el viento te sorprendieron con su primera palabra: “mamamamamamama”, y corriendo fuiste a gritarle a todo el mundo, ¡dijo Mamá!, ¡dijo mamá!.
No sé, Luisa, si planchaste su uniforme, si lo dejaste a la puerta del colegio con el corazón arrugado porque tenías que ir a trabajar, si estresada corriste por el metro halándolo de su pequeño bracito para entrar al vagón, si lo llevaste cargado a la cintura mientras hacías mercado, si le aseguraste una y otra vez el cinturón de seguridad del asiento del carro para que nada le pasara. No sé si le celebraste los 15, si hablaste con él de sexo, de droga, del amor. Si lo consolaste la primera vez que alguien le rompió el corazón. Si un día en el desayuno, lo miraste y te diste cuenta que tu muchacho creció… ¡Ay, Luisa! No sé si a tu hijo (a) le hablaste de futuro, y el futuro se veía tan bonito… ¡El mismo futuro que se robó una bala, tu bala, Luisa!. No sé, si en la nevera de tu casa, después de muchos años, quizá 20, quizá 15, hay todavía una tarjeta escolar hecha con sus manitas de 5 añitos, donde el corazón es rojo, peludo de algodón, con alguna escarchita brillante, con los trazos que se salen de la línea, y escrito en garabatos dice: “Feliz día de las Madres.”
¡Ay, Luisa! Te digo Luisa, porque esto es un tema personal, es de madre a madre, personal porque hoy estoy pensando en la mamá de Armando Cañizalez Carrillo, (17) quien tocaba la viola, en la mamá de Carlos José Moreno (17) estudiante de economía que le encantaba el fútbol, las mamá de Paola Ramírez (24) quien corrió desesperada para huirle a la muerte y le dispararon vilmente por la espalda, ¡por la espalda, a una muchacha sola!; la de Juan Pablo Pernalete (20) al que una bomba lacrimógena le estalló su rebosante corazón veinteañero; la de Orlando Johan Medina (23), todas y cada una de las madres que han tenido que enterrar a sus hijos en esta larga lucha por la democracia en Venezuela. Por ellas, por ellos, ¡este asunto es personal Luisa!, porque a estas alturas aún no sabemos si se investigó y se castigó a los asesinos del 2014 que salvajemente le arrebataron la vida a Geraldine Moreno Orozco, a Juan Montoya, que también tiene su madre y también lo lloró y sufre su ausencia, la de Glidis Karelis Chacón Benítez , de Jesús Enrique Acosta Matute, y es que la memoria y la justicia es un asunto personal, porque no olvido el estremecedor asesinato de Bassil Da Costa en la esquina de mi casa, en la Candelaria, justo en el marco de celebración del día de la juventud, mientras tú y tus colegas de gobierno disfrutaban de un Concierto de Gustavo Dudamel por los 39 años del Sistema de las orquestas de Venezuela, a unas cuadras más allá, un tiro en la cabeza dejaba sin vida a Bassil Da Costa, tirado en la acera envuelto en un charco de sangre. Fueron 43 asesinatos, 43 ciudadanos venezolanos que aún no se les hizo justicia.
Entonces, tú Luisa, apareces en pantalla con tu cabello arregladito, tus lentecidos, tus dientes blanquitos, medio sonreída, a darnos el mismo discurso vacío de humanidad, de conexión emocional, carente de dolor, de amor, de respeto… Y yo te pregunto, Luisa, sabes, ¿cuánto duele traer un hijo al mundo? ¿Cuánto duele amarlo? ¿Cuánto duele parirlo? ¿alimentarlo? ¡verlo crecer! ¡Carajo, Luisa! ¿Tú eres mamá?.
No digas nada, ponte un segundo en los zapatos de esas madres que no podrán volver a ver a sus hijos, que no podrán darle la bendición, abrazarlos, desearles feliz cumpleaños, feliz navidad, de esas madres que no podrán ser abuelas. ¡Luisa, esto es muy personal!, ¡muy personal!
Casualmente todos asesinatos atribuidos a efectivos de las fuerzas de seguridad del gobierno bolivariano venezolano. ¡Todos jóvenes! ¡Todos asesinados de bala o impacto brutal por objetos! ¡Todos, hijos!
No te creo, ni a ti, ni a ninguno de este gobierno que infamemente nos quieren acostumbrar a despedir a nuestros hijos en un ataúd, mientras están de concierto, festivalitos, bailecitos y cócteles. ¡No, Luisa!, porque mientras tú festejas, a las madres se nos desgarra el vientre, y nos miramos los senos ya con el peso de la gravedad y recordamos que hace nada, ahí estaba nuestro hijo, pegadito a nuestra teta. ¡No, Luisa, no está bien, no es correcto, no es moral, no es humano!.
Yo creo, Luisa que si no quieres sentir el desprecio de tus ciudadanos, ten el coraje de enfrentar con acciones contundentes a tus amigos y superiores de este asqueroso gobierno. ¡O pon tu cargo a la orden y has tus maletas, por insensible, por inepta, por corrupta, Luisa!. No hay escapatoria.
Cuando mi hijo tenía 3 años, yo le preguntaba jugando con él, ¿de qué tamaño me quería? Él me miraba y riendo decía, ¡Del tamaño del cielo!. Así debe ser el dolor de las madres que le han asesinado a un hijo, Luisa... ¡Del tamaño del cielo!
¡No pueden asesinarnos un hijo más! ¡No nos van a acostumbrar a este dolor…! ¡No, Luisa! Y pregúntate, cuando te mires al espejo para cepillar tus lindos dientes, ¿Qué clase de Fiscal eres? … Luisa, te lo vuelvo a preguntar, ¿tú eres mamá?.
Gennys Pérez
¿Cuánto duele un hijo? ¿De qué tamaño es el dolor cuando te asesinan a un hijo?
Luisa, no sé si un día dormida sentiste una ligera corriente en tu bajo vientre, despertaste con una sospecha, y a media mañana, en un laboratorio te dieron la noticia: Positivo. ¡Gritaste de alegría! ¡Lloraste de desconcierto! Te preguntaste: Y ahora cómo cambiará mi vida, voy a ser mamá. No sé, si te miraste al espejo sonreída al contemplar el enorme globo hinchado que habitaba dentro, ese planeta particular que es el embarazo.
No sé si fatigada, a los 9 meses, sin poder dormir, arreglaste una y otra vez la almohada, porque no podías respirar, si fuiste a la tienda a comprar y elegir escarpines, si te montaste en una escalerilla a pintar de rosa o azul el cuarto del bebé, si tuviste una abuela que apareció con la canastilla, bordados y sombreritos, si llegaron amigos entrañables con pañales, biberones, y latas de leche. No sé Luisa, si escogiste el coche, el babero, el champucito antialérgico, la cremita. No sé, si una noche miraste al cielo y agradeciste este dolor empapado de alegría de ser mamá. No sé, si cuando te sacaron a tu hijo del vientre, aún anestesiada, veías un lindo elefantito blanco y aún así sentías que el amor era sencillamente inmenso.
Luisa, no sé si pusiste su diminutos deditos en la palma de tu mano, lo miraste a sus ojos de recién nacido y le susurraste: tú y yo tenemos un trato, un trato eterno. Si lo ayudaste a gatear por la casa, si pusiste protectores en todos los enchufes eléctricos, si lavaste su ropita a mano, si al colgarla en el lavandero, los rayos del sol y el viento te sorprendieron con su primera palabra: “mamamamamamama”, y corriendo fuiste a gritarle a todo el mundo, ¡dijo Mamá!, ¡dijo mamá!.
No sé, Luisa, si planchaste su uniforme, si lo dejaste a la puerta del colegio con el corazón arrugado porque tenías que ir a trabajar, si estresada corriste por el metro halándolo de su pequeño bracito para entrar al vagón, si lo llevaste cargado a la cintura mientras hacías mercado, si le aseguraste una y otra vez el cinturón de seguridad del asiento del carro para que nada le pasara. No sé si le celebraste los 15, si hablaste con él de sexo, de droga, del amor. Si lo consolaste la primera vez que alguien le rompió el corazón. Si un día en el desayuno, lo miraste y te diste cuenta que tu muchacho creció… ¡Ay, Luisa! No sé si a tu hijo (a) le hablaste de futuro, y el futuro se veía tan bonito… ¡El mismo futuro que se robó una bala, tu bala, Luisa!. No sé, si en la nevera de tu casa, después de muchos años, quizá 20, quizá 15, hay todavía una tarjeta escolar hecha con sus manitas de 5 añitos, donde el corazón es rojo, peludo de algodón, con alguna escarchita brillante, con los trazos que se salen de la línea, y escrito en garabatos dice: “Feliz día de las Madres.”
¡Ay, Luisa! Te digo Luisa, porque esto es un tema personal, es de madre a madre, personal porque hoy estoy pensando en la mamá de Armando Cañizalez Carrillo, (17) quien tocaba la viola, en la mamá de Carlos José Moreno (17) estudiante de economía que le encantaba el fútbol, las mamá de Paola Ramírez (24) quien corrió desesperada para huirle a la muerte y le dispararon vilmente por la espalda, ¡por la espalda, a una muchacha sola!; la de Juan Pablo Pernalete (20) al que una bomba lacrimógena le estalló su rebosante corazón veinteañero; la de Orlando Johan Medina (23), todas y cada una de las madres que han tenido que enterrar a sus hijos en esta larga lucha por la democracia en Venezuela. Por ellas, por ellos, ¡este asunto es personal Luisa!, porque a estas alturas aún no sabemos si se investigó y se castigó a los asesinos del 2014 que salvajemente le arrebataron la vida a Geraldine Moreno Orozco, a Juan Montoya, que también tiene su madre y también lo lloró y sufre su ausencia, la de Glidis Karelis Chacón Benítez , de Jesús Enrique Acosta Matute, y es que la memoria y la justicia es un asunto personal, porque no olvido el estremecedor asesinato de Bassil Da Costa en la esquina de mi casa, en la Candelaria, justo en el marco de celebración del día de la juventud, mientras tú y tus colegas de gobierno disfrutaban de un Concierto de Gustavo Dudamel por los 39 años del Sistema de las orquestas de Venezuela, a unas cuadras más allá, un tiro en la cabeza dejaba sin vida a Bassil Da Costa, tirado en la acera envuelto en un charco de sangre. Fueron 43 asesinatos, 43 ciudadanos venezolanos que aún no se les hizo justicia.
Entonces, tú Luisa, apareces en pantalla con tu cabello arregladito, tus lentecidos, tus dientes blanquitos, medio sonreída, a darnos el mismo discurso vacío de humanidad, de conexión emocional, carente de dolor, de amor, de respeto… Y yo te pregunto, Luisa, sabes, ¿cuánto duele traer un hijo al mundo? ¿Cuánto duele amarlo? ¿Cuánto duele parirlo? ¿alimentarlo? ¡verlo crecer! ¡Carajo, Luisa! ¿Tú eres mamá?.
No digas nada, ponte un segundo en los zapatos de esas madres que no podrán volver a ver a sus hijos, que no podrán darle la bendición, abrazarlos, desearles feliz cumpleaños, feliz navidad, de esas madres que no podrán ser abuelas. ¡Luisa, esto es muy personal!, ¡muy personal!
Casualmente todos asesinatos atribuidos a efectivos de las fuerzas de seguridad del gobierno bolivariano venezolano. ¡Todos jóvenes! ¡Todos asesinados de bala o impacto brutal por objetos! ¡Todos, hijos!
No te creo, ni a ti, ni a ninguno de este gobierno que infamemente nos quieren acostumbrar a despedir a nuestros hijos en un ataúd, mientras están de concierto, festivalitos, bailecitos y cócteles. ¡No, Luisa!, porque mientras tú festejas, a las madres se nos desgarra el vientre, y nos miramos los senos ya con el peso de la gravedad y recordamos que hace nada, ahí estaba nuestro hijo, pegadito a nuestra teta. ¡No, Luisa, no está bien, no es correcto, no es moral, no es humano!.
Yo creo, Luisa que si no quieres sentir el desprecio de tus ciudadanos, ten el coraje de enfrentar con acciones contundentes a tus amigos y superiores de este asqueroso gobierno. ¡O pon tu cargo a la orden y has tus maletas, por insensible, por inepta, por corrupta, Luisa!. No hay escapatoria.
Cuando mi hijo tenía 3 años, yo le preguntaba jugando con él, ¿de qué tamaño me quería? Él me miraba y riendo decía, ¡Del tamaño del cielo!. Así debe ser el dolor de las madres que le han asesinado a un hijo, Luisa... ¡Del tamaño del cielo!
¡No pueden asesinarnos un hijo más! ¡No nos van a acostumbrar a este dolor…! ¡No, Luisa! Y pregúntate, cuando te mires al espejo para cepillar tus lindos dientes, ¿Qué clase de Fiscal eres? … Luisa, te lo vuelvo a preguntar, ¿tú eres mamá?.
Gennys Pérez
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